divendres, 24 de gener del 2020

Cuyabeno

Volver a Ecuador cada año se va a volver una tradición, pero de las buenas. Este año, conociendo a toda la familia y amigos ya no me podía salvar de las puteadas, pero de las buenas, como uno más de la familia. 

Un país tan pequeño aún sigue sorprendiéndome, para bien y para mal, su cultura, sus tradiciones, sus creencias, su comida, su clima, su gente, su fauna y flora. Fauna y flora, este año tocó visitar una de esas partes que en Europa nombran por todos lados, el Amazonas, la selva. Nombre que le pusieron aquellos españoles colonizadores.

El viaje empezaba después de dos cortos vuelos, aunque, asustados por nuestras vidas en aquel avión con hélices. Despertar, ir a desayunar a las oficinas con un taxi seguro temiendo que nos robasen, como todos los días, nada inusual. Un grupo de yankees y europeos esperaban en las hamacas el desayuno, mientras nosotros seguíamos nerviosos por empezar la aventura. Un cafesito, un tesito y el desayuno después !Listos! El guía llegando justo a tiempo para darnos los primeros pasos, nuestras botas y un poncho, en la selva se puede poner a llover en cualquier momento. 

Dos horas de viaje en furgoneta, a la hora empieza la aventura, se pierde todo tipo de señal, la selva repudia que la información se traslade por ondas. Móviles en modo cámara, cada vez se vuelve más y más verde a nuestro alrededor. Aún dentro del carro se nota el aumento de la humedad hasta su 100%. Llegamos al puente de Cuyabeno. Un inmenso río nos espera. Una breve charla sobre todas las indicaciones, sobre los animales que veremos y sobre el bosque inundado de aguas negras. Negras por la descomposición de las hojas de esos arboles inundados, que tan solo se les ven las copas, pero siguen vivos, paran su absorción de agua cuando se quedan inmersos en esta agua negra. 

Empezaban las dos horas de canoa, canoa a motor. El guía, el capitán de la canoa y siete extraños. El capitán, un señor mayor indígena de una de las siete comunidades existentes en esta zona del amazonas. Su trabajo, llevar a un grupo de curiosos a un pedacito de su tierra, asombrarlos y devolverlos para que no la destruyan con sus necesidades. El guía, un hombre que quería aprender sobre su tierra, él de Lago Agrío, y al menos veinte años dedicados a saber sobre las plantas y los animales de su hermoso país. Los siete extraños, nosotros dos, otra pareja de Quiteños de cuarenta años, otra pareja formada por un viejo guía del país que ya se conocía el Cuyabeno de pe a pa de vacaciones y una vieja francesa que chapurreaba el español, y una doctora Alemana de una treintena, que sabía tanto español como otros cuatro idiomas más. 

Una vez subidos, el motor arranca y las seis cabezas empiezan su partido de tenis, de lado a lado, solo los guías ya saben donde mirar y que escuchar. El guía nos contó mil y una peculiaridades de aquello que veíamos, olíamos o escuchábamos. Para nuestros ojos desentrenados, era todo verde, solo cuando nos acercábamos mucho a los arboles o nos concentrábamos se empezaban a dibujar los Monos Ardilla o Payaso, las Pavas Hediondas, las Águilas reales, los Martín Pescador, los Caciques, las Garzas cuellilargo, un sinfín de nuevos animales. Nos esperaba un lodge hermoso, con un jugo de limonada con panela bien dulce para recuperar fuerzas. 

Subimos a nuestro nidito de amor por cinco días, y lo primero fue un cigarrillo con una buena cerveza fría en el balconcito viendo como un grupo de hormigas trabajaban, sus veintitrés horas de jornada laboral. El guía nos explicó el itinerario de ese día, nos iríamos con canoa a motor por la tarde a ver si encontrábamos los delfines rosados. No nos costó ni quince minutos encontrarlos, una pareja de delfines rosados a los que se les veía la aleta y el morro cuando salían a respirar. Es curioso, los delfines al ser mamíferos y tener respiración pulmonar tienen que salir cada dos o tres minutos a respirar. Ocho personas, en mitad del río Cuyabeno, persiguiendo a dos delfines o ellos simplemente riéndose de nosotros ya que tuvimos que dar mil vueltas. A parte, durante todos estos viajes a canoa de motor o la de remos siempre encontrábamos pájaros o monos, como las loras amazónicas o alianaranjadas que siempre iban en pareja de dos o monos capuchino que incluso nos visitaron al lado de nuestra habitación. Al volver, fuimos a la laguna grande que teníamos el lodge al lado y nos bañamos, allí mismo dentro del agua vimos el atardecer con miedo a ser arrastrados por un caimán o una anaconda y nos sorprendió el cielo desnudo con sus estrellas bailando.

Durante la noche cenamos platos ricos de Ecuador y nos fuimos otra vez con la canoa a motor para ver si encontrábamos caimanes, y así fue. Íbamos con las linternas preparadas, el guía cual faro viendo si encontraba algunos ojos rojos en la oscuridad, ya que los animales al darles con la luz en los ojos aparecen esos puntos rojos característicos. Al principio encontramos una pequeña boa constrictora, la más pequeña de todas. Pero más tarde nos encontramos con el caimán en mitad de la laguna, donde nos habíamos bañado en la tarde, medía 4 metros. No nos tenía miedo, llegamos a acercar la cano justo hasta su lado y pudimos ver, con nuestras linternas, todo su cuerpo yéndose de nuestro lado. ¡Asombroso!

Durante los cinco días estuvimos con los ojos como platos, levantándonos a las cinco de la mañana para ir con el guía en canoa a remos para poder contemplar la belleza de la selva sin escuchar el ruido del motor ni de los otros turistas del lugar. Fue alucinante el primer día, que fuimos y la niebla cubría toda la laguna. Como si fuese el decorada de una película de Jason, las copas de los arboles apareciendo con cada avance y como no los monos chorongos, con sus colas prensil tratando comer un poco de frutos, con alguna que otra cría a sus espaldas o los monos voladores saltando de rama a rama y peludos como si fuesen gatitos.

Hicimos rutas por dentro de la selva, en las zonas que si que hay tierra para poder llegar hasta el medio de la tierra, el famoso ecuador e intentamos poner un huevo encima de un clavo para que no cayese, pero sin poder conseguirlo. También andábamos en búsqueda de las famosas anacondas que, después de un tiempo de búsqueda, las encontramos dentro de arboles una en mitad de la laguna que estaba descansando y otra dentro de un tronco cambiando de piel. A menos de 5 centímetros pudimos estar y ella ni se inmutaba, alucinante como movía su lengua bífida y como no parpadeaba con nuestro ultraje.

En estas rutas también conocimos diferente flora que podía englobarse en dos, la que más nos sorprendió fue el pantano, barro hasta las rodillas, con miedo a que nos tragase y no pudiésemos salir. El olor a huevo podrido por todo el lugar y nosotros quemando el metano que salía de nuestros pasos, creando unas llamas envolviendo nuestras piernas. Aprendimos mucho sobre árboles, como el árbol de la penicilina, el árbol teléfono que golpeando sus raíces era posible comunicarse a tres kilómetros de distancia, lianas como la famosa ayahuasca alucinógena o incluso de los insectos que creaban sus nidos al rededor de estos árboles, nidos gigantes de hormigas, termitas o insectos de los más feos. También conocimos arañas de patas gigantes o el árbol andador que sus raíces están por fuera y según el sol va moviéndolas de sitio. También tocamos y quemamos una resina que olía a palo santo y parecía plástico. Un sinfín de información que a día de hoy aún intentamos recopilar...

También estuvimos de visita a una de las comunidades indígenas que vive en la selva, los Siona, ellos nos enseñaron a como hacer pan de yuca, Casave, como si fuesen crepes. Además, estuvimos con un chaman que nos contó como eran sus tradiciones, y más en concreto como se formaban los chamanes. Desde los 15 años debían beber ayahuasca continuamente superando cada vez varios niveles, pocos lo soportaban, en su comunidad solo había tres chamanes como él. La Ayahuasca conjuntamente con otra planta para poder hacer el efecto alucinógeno, que en su caso es la conexión con todas las cosas vivas de su alrededor. Para ellos, el chaman es como un curandero que intenta curar enfermedades de su población, no enfermedades de occidente como ellos dicen sino enfermedades relacionadas con el alma o el interior de una persona. Finalmente, el chaman nos dijo que un buen chaman también es un buen cazador, en concreto con la cerbatana. Todos los que quisimos probamos suerte intentando darle a una fruta, yo fallé... Como colofón, nos dieron a probar gusanos a la parrilla, sabía a tripas, a piel... una gran experiencia.

Me dejo mil y una cosas por decir de un viaje tan intenso pero creo que es una gran pincelada de un viaje tan alucinante. Como el año pasado, las imágenes/vídeos siempre son más explicativos que todas estas palabras así que: