Tuve que soñar para vivir. Aunque en todos los sueños no viví
cosas bonitas, ni cosas que te hacen crecer, ni siquiera cosas que te
dan impulsos. El problema fue el despertar continuo, despertarse y
soñar, confundir los sueños con la realidad y el día a día con
una mancha borrosa de mi vida. Haciendo preguntas a todo aquello que
no tiene pilares para sujetarse…
Levantarse, comer, trabajar, comer, trabajar, procrastinar, perder el
tiempo, ver la televisión, dormir la siesta, soñar. Soñar mal,
recordando todo aquello que tu cerebro expulsa pero junto,
distorsionado, borroso, impersonal, pero a la vez más personal que
la vida misma. Una vez dije que de los sueños se debe aprender, pero
tan solo de esos sueños donde la mente está libre, el aire despeja
tus ojos y acabas cansado al final del día. No podemos aprender de
esos sueños donde el cuerpo no se ha esforzado, cuatro paredes te
cubren y no crees que sea necesario ni siquiera la ducha…
No me gusta que este sea el primero del nuevo año, pero quince días
soñando dan para mucho.
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